Aún arropados de elementos técnicos, seguimos siendo profundamente animales, cuáles seres en busca de sí chocando regularmente con fronteras nuevamente trazadas. Desprovistos de herramientas adecuadas, somos los refugiados climáticos de los cambios importantes de nuestras vidas, atravesando un paisaje hostil. Pero luego de un tiempo, estas mismas circunstancias de crisis pueden mutar la dificultad en potencia, favoreciendo iniciativas vitales de reinvención. Más que el lugar de origen, tal vez importen los espacios atravesados y los compañeros de viaje para construir identidad. Si el cuerpo es un territorio, el abrazo es como una cordillera o una orilla, representa un espacio de intercambios y recursos nutritivos para el movimiento: una meta, un cobijo, un diálogo.